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¡Un abrazo!

No cuenten conmigo

El rostro de Tiago, empapado en sudor sobre el césped granadino, resultaba bastante significativo. El aspecto de Koke o de Gabi, no era mucho mejor tampoco, a pesar de llevar más de media hora correteando por el césped y con la complacencia de un Granada que había aceptado, implícita o explícitamente, el pacto de no agresión. No había sido un partido muy exigente, no podía serlo, pero la temporada sí que lo había sido y se notaba. Se notaba desde hacía muchas semanas. Exigente, dura, complicada y larga. El pitido del árbitro ponía, por fin, el punto final a la travesía y llegado ese punto el listón planteado desde el vestuario, el llamado objetivo, se había cumplido. Ningún periodista profesional subrayó el hecho (ni lo hará jamás) pero los jugadores del Atleti no celebraron el final con aspavientos ni euforia. Ni en ese momento ni después. Un abrazo sobrio, una mano estrechada y unas palabras en rueda de prensa, tan razonadas como cargadas de lógica, fueron todo. Como tiene que ser. El trabajo bien hecho se celebra así, sin alharacas, con análisis y con discreción. La locura, la bendita locura, debe quedar reservada para celebrar el verdadero éxito, lo extraordinario, eso que te aparta de la lógica y te sitúa por encima de las reglas que marca la razón. Así debería ser siempre.

La temporada 2014/2015 ha terminado para el Atlético de Madrid y es tiempo para el análisis. Cuerpo técnico y jugadores dan por bueno el global del ciclo e incluso se autocalifican con una nota de sobresaliente. Yo no soy tan generoso en la calificación pero también lo doy por bueno. El Atleti alcanza con solvencia y justicia aquello que se le debe exigir cada temporada. Consolida ese tercer puesto que le corresponde por presupuesto y títulos, mientras que en Champions y Copa del Rey los rivales (mucho más poderosos económica y socialmente) tienen que sudar sangre para eliminarlo. Bien. Sin olvidar ese delicioso caramelo que fue ganar la Supercopa al Real Madrid, al bagaje anteriormente citado es lo que debemos exigir a este club pero permítanme que resalte precisamente esa palabra, exigir, porque algunos parecen confundir su significado. Una cosa es aspirar y otra exigir. Una cosa es querer y otra estar obligado. El Atleti debe aspirar a ganar todos los partidos que dispute y por lo tanto a ganar cualquier título que tenga la oportunidad de ganar. Es muy lícito (y sano) que el aficionado (y el cuerpo técnico) aspiren a lo mismo y tengan la ilusión de alcanzar siempre el primer puesto de todas las competiciones (lo digan o no, que en el fondo da lo mismo). Exigirlo es otra cosa. Es algo que debería alejarse de las emociones (propias de aspiraciones y anhelos) y abrazar a la razón (propia de fríos balances). Quizá influido por ese estilo torticero y binario patentado por Chiringuitos y Manolos, mucho aficionado recién llegado (o que da la sensación de recién llegado) confunde las dos cosas: aspiración y objetivo. Piénsenlo, verán como con muy poco esfuerzo entienden la diferencia. Si no es el caso siempre podrán recurrir a la literatura para empaparse de las enseñanzas del novelista inglés Daniel Defoe cuando decía que todo nuestro descontento por aquello de lo que carecemos procede de nuestra falta de gratitud por lo que tenemos. 

Si hablamos de gestión deportiva no tengo todavía muy claro si fue buena o mala pero de lo que no tengo duda es que ha salido mal. Quede dicho de antemano que el desmantelamiento sufrido el pasado verano fue terrible y que las posibilidades de mejorar el equipo se tuvieron que desechar, ya en la línea de salida, en pos de un objetivo menos ambicioso que pasaba, casi exclusivamente, por no debilitar lo que ya se tenía. Un drama que los que controlan las luces del monstruo se niegan recurrentemente a querer enfocar con propiedad pero que está ahí. A toro pasado, creo que el equipo no ha conseguido suplir ninguna de las 3 grandes amputaciones que sufrió en verano y la plantilla ha acabado siendo peor que la anterior. Prometo hablar otro día de jugadores, rendimientos y opciones de futuro pero hoy me quedo con eso. Está bien reconocerlo y analizarlo pero es absurdo tirar de melancolía. La temporada ha sido una lucha desesperada por sobreponerse a contratiempos con los que no se contaba: portero que no cuaja, necesidad de nuevo sistema, presión exagerada de la prensa, lateral que no da, etiqueta de violentos, delanteros que se deshacen, “sorteos” desafortunados,… Casi siempre el equipo ha salido con dignidad de todo ello o como mínimo ha muerto en la orilla y con el enemigo también destrozado. Me quedo con esa lectura. Me gusta ser aficionado de un equipo que gana mucho pero que cuando muere, muere así

Soy optimista en el futuro. No puedo dejar de ser consciente de la dificultad implícita de tener unos dirigentes oscurantistas, un presupuesto cada vez más alejado de la elite, unos rivales que crecen y que ya nos conocen, un aparato mediático hostil y repugnante o un cierto cansancio por vivir al límite constantemente, pero soy optimista. Lo siento. Lo siento sobre todo por tanto cenizo que leo en Tuiter o escucho a mí alrededor y que pretende que reproduzca con pasión sus nada originales cuitas. No contéis conmigo para organizar un aquelarre colectivo en el que nos abramos conjuntamente las venas mientras algún analista de cámara, bien alimentado y poco instruido, hace de DJ. No contéis conmigo para escupir al cielo ni para jugar a ser aficionado de otro equipo (de cualquiera, porque cada vez quedan menos opciones) llevando la camiseta del Atlético de Madrid. No contéis conmigo para construir castillos en el aire, discutir acaloradamente sobre historia ficción o buscar, siempre a posteriori, motivos infantiles que presuntamente explican cualquier arbitrariedad. No contéis conmigo tampoco para llorar o para estar triste sin motivo porque es que además no lo estoy. No es una pose. 

Apelo a la historia de este club, a su espíritu, su idiosincrasia y ese carácter especial que nos ha hecho famosos. A esa forma de ser que nos distingue de la de los demás, la de los que manejan el volante, la de los que sólo escuchan y la de los que sólo aplauden. Por mucho que todos ellos quieran constantemente asimilarnos a su mediocridad no van a conseguirlo. Me sobran los pesimistas. Esos que, como decía Chesterton, piensan que todo está mal menos ellos mismos. No, conmigo que no cuenten.

@enniosotanaz 

Helen Keller

Helen Keller fue una mujer nacida en Alabama a finales del siglo XIX que con un año de edad se quedó ciega y sorda. Con unas cartas tan malas, fue sin embargo capaz de convertirse en la primera persona ciega y sorda que obtuvo un título universitario en los Estados Unidos, erigirse en una importante pensadora y activista política de su época o escribir más de una docena de libros, uno de los cuales ("La Historia de mi Vida") es hoy de lectura obligada en las escuela de Estados Unidos. 

Ayer, pocos minutos después del soberbio gol de Fernando Torres, cuando todavía estaba reposando el complicado empate que el equipo sacó del Ciutat de Valencia, me acordé de Helen Keller. Y no lo hice por el afán de superación de un equipo que se sabe agotado, por remontar por dos veces un partido que se complicó mucho o por esa capacidad, construida a base de orgullo, que el hijo pródigo se sacó de la chistera para, otra vez, rescatar al equipo de sus amores de un momento complicado. No, me acordé por todo lo contrario. Por esa parte de la afición que al minuto de acabar el partido tiraba ya de lecturas fáciles, de eslóganes de chiringuito y de pesimismo preventivo. Invocando precisamente a Helen Keller, segué a la conclusión de que o ellos o yo nos hemos equivocado de equipo. 

Durante años he peleado contra ese estereotipo tóxico que el Ministerio del Gran Hermano trata de inocular al mundo "libre" y que dice que los colchoneros somos perdedores, pesimistas y taciturnos. Nada más lejos de la realidad. O eso al menos es lo que yo creo. Los rojiblancos somos ganadores natos (basta mirar nuestras vitrinas) y nos molesta mucho perder. Pero eso no significa que, como ocurre en otros equipos, no ganar sea un escenario intolerable, casi de ficción, del que tengamos que huir o cubrir con hipocresía y odio. Eso no significa que no seamos capaces de reconocer el esfuerzo y la justicia. Tampoco que nuestro vínculo emocional con el equipo esté exclusivamente cosido por el resultado. Y somos además optimistas y soñadores porque si hemos elegido el lado difícil de la vida, el real, es para demostrarnos precisamente eso, que se puede. Con alegría. Con las cartas que se tengan. Haciendo más que los demás si fuera necesario. Hellen Keller dijo una vez que ningún pesimista ha descubierto nunca el secreto de las estrellas, o navegado hacia una tierra sin descubrir, o abierto una nueva esperanza en el corazón humano. Tiene razón. Por eso no puedo entender que todos esos cenizos que, encaramados a un avatar de rayas rojiblancas, derraman en las redes sociales odio estandarizado, digan ser, sentir y entender el Atleti. Un equipo que, tal y como yo lo entiendo, no tiene sentido con pesimistas cabalgando en su grupa. 

Pero no nos confundamos. La crítica es lícita y cerrar los ojos a la realidad es de necios. No estamos hablando de eso. Estamos hablando de no tirar la piedra y esconder la mano. De no bajarnos del tren cuando derrapa y subirnos cuando es el más rápido. De hablar en términos de “hemos ganado” y “han perdido”. De no apostar a perdedor para luego ganar siempre, bien sea diciendo “ya te lo dije”, si se cumple la profecía, o siendo el más colchonero cuando no se cumple. El Atleti está mal. Jugando con la reserva física y con un estado anímico cansado. Exhausto, diría yo. No tiene suerte (¿cuánto hacía que no le metían dos goles al Atleti?) ni duende (si metemos cualquiera de las que se tuvieron en la primera parte el partido se acaba). Jugamos sin delantero centro (lo de Mandzukic es un drama humano y estoy con Simeone en que Torres funciona mejor con el equipo contrario cansado), el medio centro lleva varios partidos notando los años y nuestros creativos no están precisamente en su mejor forma. Pero es lo que hay y quedan dos partidos. ¿Qué sentido tiene ahora abrir facturas, amplificar los reproches, sacar pecho con el maniqueo “ya te dije” o caer en la tentación de seguirles la trampa al repugnante rodillo mediático que, con artes de filibustero, insisten en querer condicionar nuestro partido contra el Barça? No tiene ningún sentido. Sé que los jugadores, mucho o poco, pondrán todo lo que tienen. Sería absurdo dudar también de esos a estas alturas. Sería también absurdo que yo no hiciese lo mismo. 

Hellen Keller decía que uno no puede hacer todo, pero que aun así puede hacer algo. Que precisamente porque uno no puede hacerlo todo, no tiene sentido renunciar a lo que sí puede hacer. Me quedo con ello.