Muchas gracias a todos los que os habéis pasado por aquí durante todos estos años.

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¡Un abrazo!

Tripeiros y dragones

En el siglo XVII, durante una de las frecuentes guerras entre Inglaterra y Francia, la escasez de vino en las islas británicas obligó a que los ingleses recurrieran a uno de sus aliados históricos (los portugueses) como fuente de suministro. Los vinos del alto Duero comenzaron entonces a ser populares en la pérfida Albión y algunos comerciantes británicos acabarían comercializando el vino de la zona de Oporto en sus dominios. Es precisamente en esos años en los que se data el origen del conocido como Vinho do Porto, una variedad original de la zona que utiliza brandy durante la fermentación de la uva y que extiende el nombre de la ciudad portuguesa por todo el mundo. El vínculo entre el vino, Oporto e Inglaterra quedaba así forjado para muchos años. A finales del siglo XIX, un jovéncisimo comerciante de vino afincado en la ciudad pero muy vinculado con Inglaterra, decide crear un club en el que practicar ese fascinante deporte tan popular en el país vecino, el fútbol. El 28 de septiembre de 1893, coincidiendo con el aniversario de Carlos, I a la sazón rey de Portugal, y junto a un grupo de amigos de la alta sociedad portuense, António Nicolau d’Almeida , de 20 años de edad, fundaba el Foot-Ball Club do Porto.

Apenas quedan registros de las andaduras del original FC Porto más allá de un partido disputado frente al Club Lisbonense (club que despareció algunos años después) en lo que vino a llamarse la primera y única edición de la Taça de Carlos I. El joven d’Almeida contrajo matrimonio poco después y cuentan las crónicas que fue precisamente su esposa, que consideraba el fútbol como un deporte violento y sucio, la que le pidió al empresario que se separase del recién fundado club, petición a la que el recién casado accedió. De esta manera el club, sin al parecer llegar a desaparecer formalmente, entraba en un periodo de letargo por inactividad que podría haberse prolongado ad infinitum de no ser por la aparición de otro mítico ciudadano de Oporto.

José Monteiro da Costa, hijo de un poderoso y adinerado horticultor de la ciudad, pasó sus años de formación académica en Inglaterra. Tras su vuelta, fascinado también por el deporte del balompié, decidió igualmente crear un club en su ciudad natal al que denominaría Grupo do Destino. La cerrada sociedad elitista de la ciudad portuense hizo sin embargo que la figura de d’Almeida se cruzara con la del propio Monteiro da Costa y que ambos hablasen sobre ese viejo proyecto del FC Porto que estaba acumulando polvo en algún sitio. José Monteiro, convencido, decidió retomar la idea original de su amigo, extinguiendo el Grupo do Destino, refundando el FC Porto, trasladando el “nuevo” club a las instalaciones del desaparecido y alquilando a la Sociedad Horticultora de Oporto (vinculada con su padre) el campo da Rainha en las afueras de la ciudad, como terreno de juego. La ambiciosa idea de José Monteiro pasaba no obstante por trascender la representación local de la región para extenderse a cotas más altas. Sus propias palabras dejan claros los pilares en los que se sustentará la institución desde el principio: “Sus colores deben ser los de la bandera de la patria y no los de la bandera de la ciudad ya que tengo la esperanza de que el futuro club será grande y no se limitará a defender durante las pugnas deportivas contra los extranjeros el buen nombre de la ciudad, sino también el de Portugal.”  Por esa razón se eligen el blanco y azul como colores del club, al ser estos los mismos que aparecen en la bandera portuguesa de entonces, monárquica, anteriores al verde y rojo que adoptaría posteriormente la república.

El club crece de forma significativa y aquel primer campo se queda pequeño ya en 1912 por lo que deciden mudarse a uno mayor, el de la Constitución. Desde 1913, y mientras el club se expande a otras disciplinas deportivas en su vocación multidisciplinar, el equipo de fútbol juega desde el principio el campeonato de Oporto (competición que conseguirá ganar 30 veces). Es a partir de 1922 cuando empieza a disputarse el Campeonato de Portugal (origen de la hoy conocida como Taça de Portugal), que enfrentará a los ganadores de los campeonatos de Lisboa y Oporto. Aquella primera edición fue ganada por el equipo “tripeiro”, el FC Porto. Es ese mismo año cuando un jugador del club, Simplício, diseña el que sería el logo definitivo del club superponiendo el emblema anterior, un balón con las siglas FCP, con el escudo de de armas de la ciudad. El crecimiento del club sigue imparable y así en 1933 deciden iniciar un nuevo estadio que será conocido como Das Antas. Un año después comienza a disputarse, de forma experimental y en paralelo con los campeonatos regionales, la liga portuguesa que los portuenses también ganan en su primera edición. Las décadas de los 40 y 50 son buenas para un club que consigue inaugurar Das Antas, participar por primera vez en competiciones europeas (1956), ganar 4 ligas y otra copa más.  Pero a partir de 1960 el Oporto entra en un periodo de resultados mediocres que lo distancia de las potencias lisboetas y del que no despertará hasta finales de la década siguiente.

Para entender el resurgir del club hay que hablar irremediablemente de Jorge Nuno Pinto da Costa, actual y eterno presidente de la institución y verdadero artífice del FC Porto actual. Llegó en 1977 como director de la sección de fútbol, en la que ya entonces consiguió incorporar una estructura moderna y fuerte que enseguida les haría ganar la liga 19 años después, para en 1982 ser nombrado presidente del club. A partir de ese momento el Oporto recortará cada vez más espacio a Benfica y Sporting de Portugal, dominadores del fútbol luso hasta entonces, para hacerse después de dos décadas con el cetro de equipo más poderoso de Portugal. Tiene 27 ligas portuguesas (5 menos que Benfica) pero 20 de ellas fueron ganadas a partir 1985. También tiene desde 2003 un nuevo estadio, Do Dragao, que acompaña al progresivo crecimiento del club.

Pero apelando al espíritu primigenio de los fundadores, la huella del equipo en Europa también es significativa, concretándose sobre todo en dos fechas muy señaladas. La primera, grabada de forma especial en el imaginario de todo aficionado al Dragón, es el 27 de mayo de 1987 cuando en Viena, el Oporto derrota al Bayern de Munich en la final de la Copa de Europa. En aquel equipo, dirigido por Artur Jorge, destacaba un exquisito jugador argelino llamado Madjer (que aquel día marcó de tacón) y un hábil extremo zurdo criado en la cantera del Sporting de Portugal lisboeta que respondía al muy grato nombre entre los colchoneros de Paolo Jorge Dos Santos Futre. La segunda época de gloria europea para los tripeiros viene de la mano de Mourinho como entrenador, consiguiendo la UEFA en 2003 y su segunda Copa de Europa (ya Champions League) en 2004. De la mano de Vilas-Boas ganaría también poco después la Europa League en 2011, equipo en el que destacaba nuestro “querido” Falcao.

El Oporto se ha convertido en un equipo clásico en Europa y sería muy estúpido menospreciarlo. Potente y siempre competitivo. Un club que se caracteriza por saber comprar muy bien y vender mucho mejor, para montar siempre buenos equipos. Sin duda, a priori, el rival más complicado de la fase de grupos.

(Espero que si de nuevo, como ocurrió hace poco con el Zenit, la redacción de Mundo Deportivo entiende este artículo como "inspirador" para su periódico, tengan el detalle de citar a su autor. Muchas gracias)



Rehabilitación

Real Madrid 0 - At. Madrid 1

No sé si llegará algún día en el que sea capaz de disfrutar del derbi como si de un partido de fútbol se tratase. Es más, no sé si llegara el día en el que simplemente sea capaz de disfrutar esos 90 minutos. Hoy por hoy no ocurre. Desconozco si hace muchos años era distinto pero la verdad es que no lo recuerdo. Nací colchonero rodeado de colchoneros y si eso es algo que marca para encarar la vida lo es todavía más para encarar un partido contra el eterno rival. Ese que representa tu antítesis. Todo lo que no quieres ser. Desde que me alimentaba con leche materna el Real Madrid ha sido la representación en color blanco, camiseta y pantalones cortos, de todo aquello que nunca debería servir de referencia para construir mi personalidad. No digo que el Madrid sea eso (sería otro debate que hoy no procede) sino que es lo que para mí representaba. El eterno ganador que juega con las cartas marcadas. El arrogante cacique que reparte desprecio a su paso. El caprichoso niño mimado que a base de dinero consigue los juguetes que le gustan, simplemente para que no los tenga el otro niño. Desde entonces los derbis, para mí, nunca han sido partidos normales. Siempre fueron motivo de nervios y de una tensión insana que provocaba sensaciones dispares, pero también, durante mucho tiempo, eran fechas esperadas y deseadas, que se marcaban en el calendario de forma especial. Pero eso se acabó desgraciadamente hace aproximadamente quince años. A partir de entonces lo derbis pasaron a ser un problema y empezaron a llegar disfrazados siempre de pesadilla insoportable. De dolor. De vergüenza. Un partido se puede ganar o perder, lo sabemos. Sabemos también que cuando la diferencia entre presupuestos crece de forma exponencial las posibilidades de ganar son cada vez menores. Lo sé, pero ese nunca fue el problema. El drama venía en forma de ese sucedáneo de Atlético de Madrid, vulgar y mediocre, que durante años se arrastró por los campos de Dios y en concreto por el Santiago Bernabéu. Un equipo de jugadores asustados, devorados por el miedo y que se sabían perdidos de antemano. Durante esos años hubo goles anulados, penaltis raros y suerte del rival, claro. Siempre lo ha habido. Pero no se trata de eso y nunca pudieron servir de excusa cuando faltaba lo fundamental: el Atlético de Madrid. El equipo orgulloso que nunca arruga el rictus, tenga el rival que tenga delante. El equipo capaz de mirar a los ojos a cualquiera. El que muere en el campo y se siente dolido en la derrota. Pero el equipo que de verdad representa a la idea que sus aficionados tienen, nunca estuvo. Uno veía la cara de aquellos jugadores y veía el pavor. El sufrimiento de no querer estar allí. El respeto cobarde trasformado en derrota. Muchas noches me sentí humillado entonces y puedo asegurar que lo de menos era haber perdido un partido de fútbol. Sé que no soy el único.

Todo eso se ha acabado. Hace unas horas el Atleti, el de verdad, el del oso y el madroño, el que molesta, el que ya no cae simpático, ha derrotado al Real Madrid en su estadio y lo ha hecho siendo mejor. Perdonando la oportunidad de hacer sangre en un rival con dudas. Aun así, lo de menos es otra vez el resultado. La verdadera alegría es comprobar que mi equipo, como sospechábamos, ha vuelto. Hemos podido comprobar que cualquier jugador del Atlético de Madrid mira hoy a la cara a cualquier jugador rival de cualquier equipo del mundo. Cualquiera. Con respeto pero sin miedo. Orgulloso de vestir la camiseta que viste. Hoy vimos, otra vez y en el escenario más difícil, que el Atlético de Madrid es un equipo. Un equipo compacto y maravilloso que constituye la depurada obra magna de un tipo argentino llamado Diego Pablo Simeone. Gracias Cholo por rehabilitarnos para la vida. Gracias Cholo por resucitar a mi equipo. El tuyo.

Pasadas las 22:00 el partido comenzó sin sorpresas, con un cuadro colchonero instalado en una franja de 30 metros situada por delante de su área. Enfrente un Real Madrid que colecciona dudas, modificaba su centro del campo y aportaba más músculo para contrarrestar el poderío del rival en esa zona. Buen síntoma eso de que el Real Madrid modifique su esquema cuando se enfrenta al Atleti. Los blancos tenían una pelota que no sabían qué hacer con ella mientras los rojiblancos plantaban su sistema de aguas movedizas por el que nadie puede pasar. Hasta ahí, lo normal. Lo que parecía que sería el guión del partido, en consonancia con lo que ocurrió en la final de la Copa del Rey, dejo de serlo muy rápido. Pasados los primeros minutos de empuje, el Atleti empezó no sólo a robar el balón sino a tenerlo. No sólo a tenerlo sino a moverlo rápido y con criterio. Ya desde entonces aparecieron los protagonistas del partido. Tiago, soberbio en la posición de mediocentro, cortando y sacando con criterio y haciéndonos tirar de los pelos porque un jugador así haya llegado tan tarde al Atleti. Arda, dando clase, fútbol e imaginación a esa zona del campo en la que otros equipos se pierden y sobre todo Koke y Diego Costa. El primero siendo otra vez más el crack de este equipo. Roba, corre y cierra pero es que también piensa y juega. Y juega muy bien. Un tesoro que algunos intuíamos y que poco a poco deja de ser un secreto. El segundo un jugador que ha roto todos los límites. Al esforzado compañero que siempre lo dejaba todo en el campo se le ha sumado ahora un gran rematador (está en números de Messi), un punta magnífico (él solo es capaz de fijar a toda la defensa) y un excelente segundo punta (se pasa la vida tirando desmarques y abriendo el partido). Si Koke fue el cerebro, Diego Costa fue la estrella del partido. Y ellos dos, junto con Filipe Luis que robó el balón a un despistado Di Maria, fueron los protagonistas del único gol. Un genial pase del canterano a la espalda de la defensa, que Costa resuelve perfectamente delante del portero.

El gol lejos de espolear al Madrid lo dejó sonado. Aparecieron los primeros pitos, el aficionado madridista siempre tan fiel, mientras el equipo se estrellaba una y otra vez con la tupida defensa rival. Las ayudas de los interiores colcheros y el buen hacer de los mediocentros hacían que ni Cristiano Ronaldo, ni Isco ni Di María pudiesen correr, tocar o entrar en juego. Benzema directamente se escondía detrás de los centrales. El Madrid bombeaba balones como único recurso. Alguno pensó entonces en los miles de millones de euros que había en el campo y se echó a temblar. Pero no servían pero nada. El Atleti seguía con su plan letal. El Madrid tenía la posesión pero era lenta, inútil, fofa y sin peligro. Cuando el Atleti recuperaba el balón, el juego era sin embargo, vertical y peligroso. Pudo haber sentenciado el partido en la primera parte, sobre todo con una llegada desde atrás de Tiago, completamente solo, a la salida de un córner, pero no ocurrió y el Madrid se marchó vivo al descanso.

Acelotti puso más millones en el campo con Modric y Bale pero fue absurdo. El croata, como había ocurrido con Illarramendi, fue incapaz de construir o trazar algo de juego en la salida del balón. Más lamentable fue lo de Bale, el muchacho de los 100 millones de euros, que se perdió en la banda derecha como un canterano con ganas pero sin criterio. No es un tema de mi incumbencia pero jamás entenderé como el Real Madrid puso tanto empeño en fichar a un jugador que juega de… Cristiano Ronaldo. La única posición verdaderamente indiscutible en los merengues. En fin, ellos sabrán. La realidad es que el partido siguió por los mismos derroteros: balones a la olla de los blancos, llegadas letales de los colchoneros. Especialmente doloroso fue un contrataque que marra Diego Costa tras un mal control, cuando encaraba en solitario a Diego López. Un segundo gol que hubiese servido para no sufrir los últimos minutos. En ese momento apareció el cansancio en las filas del Cholo (que no hizo cambios hasta el minuto 85) y también el orgullo blanco que a base de fe consiguió, por fin, meter al Atleti en su área. Aun así, quitando el remate en tijereta (¿por qué ahora todo el mundo dice chilena?) de un Morata que había salido aclamado por su parroquia, estuvo más cerca el 0-2 con otra soberbia jugada de Koke que recortando en el área como sólo los maestros saben hacer, colocó después el balón en el larguero. No hubo tiempo de más.

Victoria colchonera que asesina definitivamente los fantasmas del pasado, que generará dudas y miedo en los rivales, que nos deja en cabeza de la liga, que consigue el mejor arranque de la historia colchonera y que, lo más importante, nos devuelve por fin a nuestro equipo. El que nos representa. Del que nos sentimos orgullosos independientemente del resultado. En la liga o en la copa o encuentro internacional, como bien reza nuestro himno.


Desajustes en la precisión

At. Madrid 2 - Osasuna 1

Cuando un equipo de precisión (un reloj, una guitarra,…) funciona a la perfección, la principal obsesión de su dueño, o su creador, es la de no tocar nada. Intentar que nada cambie. El mantenimiento de esa sofisticada pieza de orfebrería, que con el tiempo se ha ido puliendo, suele orientarse entonces a tratar de mantener en el mejor estado posible las piezas originales, sin que tengamos que modificar ninguna de ellas. A veces, llegado el caso, se hace necesaria indefectiblemente la sustitución de alguna de las partes, pero incluso en el caso de utilizar algo aparentemente idéntico suele no funcionar igual y casi siempre necesita un determinado periodo de ajuste. Que el Atlético de Madrid, hoy o por hoy, es un mecanismo de precisión ya lo sabemos. Que Simeone intenta mantener las piezas que tiene en el mejor estado posible también. Que las piezas de sustitución parecen estar bastante alejadas de las originales y que su inclusión precisa de un periodo de ajuste mayor del esperado, parece otra evidencia después de lo de ayer. Ahora bien, el mecanismo sigue ganando.

El partido frente a Osasuna fue de los más aburridos que se recuerdan en el Calderón en la etapa cholista. Aparte del derroche de Diego Costa, lo más emocionante de la noche (o más bien madrugada), fue asistir al minuto de silencio y posterior homenaje por los videomarcadores al socio número uno del Atleti recientemente fallecido. En el campo el equipo salió frío, desasistido y desajustado. Es muy raro que algo así ocurra estando Simeone en el banquillo, pero tiene que ser tremendamente complicado, incluso para Simeone, mantener el nivel de intensidad natural de este equipo en esas condiciones. Y se notó. Desde luego que se noto. El Atleti tocaba bien y se sentía dueño del partido pero era una ficción. Arda y Koke se gustaban pero Insúa no es Luis Filipe (mucho más notable el debut de Manquillo el otro día) y Leo Baptistao no es, ni mucho menos, Villa. Tampoco es Adrián. Es injusto juzgar a un jugador por un único partido pero la sensaciones que dejó el brasileño no me gustaron nada. Vi poco en lo que creer y eso me preocupa. En esas, el equipo no reculaba con celeridad, estaba muy abierto tácticamente y aparecía largo en el campo. Muy largo, teniendo en cuenta que los del Cholo suelen jugar apretados en 30 metros. Así que los navarros, casi sin querer, empezaron a hacer cosas. Y a llegar. Y a dejar algún susto muy tímido y de poco alcance.

Pero en el campo estaban Koke y Diego Costa, así que estamos hablando de palabras mayores. El primero es ahora mismo el cerebro de este equipo. Y no sólo a balón parado. Corre, reparte, da, quita, ve… jugador total. El segundo está en estado de gracia que no se le recordaba y cuando se olvida de meterse en peleas de barrio aparece un delantero brutal, capaz de abrir huecos, tirar desmarques, bajar la pelota, encarar y rematar. A los 20 minutos Arda metió un balón en banda para que Juafran, de escorzo, lo parase y colgase al área. Allí estaba Costa para rematar como buen delantero centro. 1-0. 5 minutos después y de nuevo por la derecha (la izquierda de Insúa no existió) Juanfran (muy buen partido del lateral, por cierto), deja el balón a Koke para que lo cuelgue al área y Costa lo remate de cabeza de precioso remate. 2-0. Muchos, entre los que me incluyo, daban entonces por concluido el partido.

Pero el Atleti, sin alcanzar en ningún momento un mínimo de intensidad y sumido esa especie de fútbol control torpe que tan mal le sale cuando lo intenta, se dejó llevar y por primera vez e un mucho tiempo bajó los brazos. Mal en la presión (Gabi es vital en esto), poco pragmático a la hora de encarar la portería contraria (demasiados efectivos desequilibrando el ajuste ataque/defensa) e inusualmente blando en defensa, provocó que un Osasuna muy justo, bien colocados y poco más, creyese en que sacar algo positivo del Calderón era posible. Creencia que se hizo fe tras el gol de Oriol Riera, que cabeceaba un buen pase de Puñal a balón parado para poner el 2-1 en el marcador.

La segunda parte se desarrolló con el mismo libreto, los mismos protagonistas (aunque Gabi salió por un lesionado Mario) y el mismo espíritu. Fue un suplicio. Turan pudo matar el partido, especialmente en una jugada de esas suyas en las que regatea a todos, pero no lo hizo y eso provocaron los nervios de la grada y la conocida sensación de que la fiesta podía romperse en cualquier momento. Si uno lo piensa fríamente lo cierto es que Osasuna no tuvo ocasiones y que apenas inquietó a Courtois pero la sensación que flotaba en el aire era la de esos viejos tiempos de cagadas a destiempo y disgustos de última hora. No ocurrió. Aupados en una grada espoleada por Simeone el partido terminó dando tres puntos más a los colchoneros.


Y ahora el derbi. El derbi que afrontamos con más posibilidades de arañar de todos los disputados en los últimos años pero que no deja de ser un partido fuera de casa frente a un equipo que te quintuplica el presupuesto y que tiende a tener la suerte de acumular más errores arbitrales a favor que nadie. Un derbi en el que además, gane o pierda, la prensa "madrileña" venderá indefectiblemente como un éxito del "nuevo" Real Madrid. Por lo civil o por lo criminal. Se juegan mucho dinero como para que la "modelo" salga a la pasarela con el traje arrugado. Hay muchos periódicos y horas de radio o televisión que vender. Pero es un derbi, qué diablos, y como tal hay que vivirlo. 


Agobio

Real Valladolid 0 - At. Madrid 2


Cuando uno, siendo un profano en la materia, pretende jugar a cualquiera de los sofisticados juegos de fútbol que hay para video consola, lo normal es que acabe tendiendo elegir jugar contra un equipo de entre los más flojos que pueda encontrar. Si no lo hace así y comete el error de elegir enfrentarse frente a uno de los equipos poderosos del momento, equipos que en el juego aparecen más poderosos todavía de lo que realmente son, notará una desagradable sensación de agobio. Notará como cada vez que tiene el balón vienen a toda velocidad varios muñecos a quitarte la pelota y te la quitan. Notará como dar un pase de más de dos metros es una tarea quimérica que suele acabar con el balón en los pies del equipo rival. Notará como le cuesta horrores pasar del medio campo con criterio mientras los otros se plantan en tu portería con cuatro pases a toda velocidad. Notará que cuando uno finalmente consigue trenzar una jugada y acercarse a los dominios del rival, los problemas para mover el balón o tirar a puerta son incluso peores. Notará como las faltas y los córners son para uno inofensivos juegos de malabarismo mientras que para el rival se transforman periódicamente en ocasiones de gol. Notará, sobre todo, el agobio constante de no tener ni un solo segundo para pensar en lo que tienes que hacer. Ayer me ponía en los pies de jugadores y aficionados del Real Valladolid y me vino esa imagen a la memoria. Me acordé de esa incómoda sensación. El Atleti, ahora, es ese equipo. El poderoso. De los que no deja pensar. De los que tienen en la cabeza siempre ganar. De los que agobian.

El encuentro empezó como siempre. Con la marca de la casa del equipo de Simeone. Sea quien sea el equipo que esté delante, el Atlético de Madrid exige siempre a sus rivales un nivel de intensidad y entrega que no todos están en condiciones de soportar ni dispuestos a permitirse. La capacidad del rival para adaptarse a la invitación del Atleti hará que el partido se decante hacía un sitio o hacia el otro, de una manera o de la contraria, pero queda claro que los colchoneros plantan las reglas y hay que cumplirlas para competir. Hay que correr, pelear y sufrir. A partir de ahí hablamos. El equipo pucelano, sin embargo, lo entendió bien. Aceptó el reto y mantuvo el nivel. Aupado probablemente por el factor cancha, comenzaron bien el partido igualando la propuesta del Atleti. Una gran lucha sin cuartel en el centro del campo y un ritmo endiablado que aceleraba el paso de los minutos y multiplicaba los errores. El partido no era bonito y apenas había ocasiones de gol. Los de Jose Ignacio Martínez tenían más la pelota pero se topaban con el angustioso pressing del rival y a pesar del aparente dominio eran incapaces de armar fútbol o hacer peligro. El Atleti estaba defensivamente muy bien, pero con el balón mostraba claramente su talón de Aquiles. Una evidencia acrecentada por la ausencia de Arda que hoy por hoy lo es todo en este equipo a la hora de fabricar fútbol. Koke trataba de mover el balón con sentido pero no encontraba aliados. Los mediocentros se precipitaban, Villa estaba perdido entre centrales, Diego Costa volvía a recordar a ese jugador más preocupado de pelearse con los rivales que de hacer equipo y Raúl García sufría mucho en una banda sin que el Atleti llegase y pudiera hacer segundas jugadas, su mejor característica. Jugando en corto y tratando de construir volvimos a ver el tipo de jugador que es en esa tesitura.

La situación duro algo más de 20 minutos ya que mediada la primera parte, la euforia pucelana se apagó. Los colchoneros mientras tanto seguía a lo suyo, como un rodillo que no levanta nunca el pie del acelerador. Por el camino Manquillo había dejado las dudas iniciales para enseñar el prometedor lateral que es. Uno de esos laterales largos que como puñales son capaces de llegar al área rival con criterio. Buen partido del canterano que fue de menos a más significativamente. Buena noticia. Los últimos minutos de la primera parte ya fueron con un Atleti mandón, que dominaba todas las facetas y que por fin conseguía hilar cuatro pases seguidos. La segunda parte confirmó el cambio a mejor y entonces sí, volvimos a ver a Atlético de Madrid letal. Con más movilidad arriba, Villa y Diego Costa viniendo a recibir, Koke jugando más entre líneas, los interiores viajando al centro, los laterales convertidos en extremos y los mediocentros mordiendo la salida del rival y llevando la pelota al campo contrario. Los de Simeone empezaron a amenazar primero con una de sus armas más letales, el juego a balón parado, y así pudo haber llegado el primer tanto con remate de Raúl García que desbarató Mariño de gran intervención. Pero el buen meta rival no pudo hacer nada poco después cuando una volea de Koke (omnipresente de nuevo) era peinada de forma magistral por Raúl García para abrir el marcador.

El 0-1 del cuadro colchonero coincidía en el tiempo con la entrada de Oh Dios Turan al campo (por un Villa muy apagado)  y por ende con el final del partido. Sí, sí, han leído bien. El final del partido. Por debajo en el marcador y con Arda Turan en el campo, el Valladolid se sentía un profano jugando en la Play Station frente a la selección brasileña. No había nada que hacer. Faltaba casi media hora pero la única duda de los espectadores radicaba en quién cerraría definitivamente el partido y cuando lo haría. Enseguida se postuló el principal candidato. Un Diego Costa más calmado y preocupado por jugar, que asociado con Koke, Turan y Manquillo decidió probar al meta rival. Algo más de diez minutos aguantaron los blanquivioletas el recital colchonero. Un recital que lideraba otra vez el turco que se ha convertido en icono de esa corriente intelectual pujante denominada ardaturanismo. Diez minutos que fue lo que tardó Koke en meter el enésimo gran pase al hispano-brasileño para que éste hiciera el segundo y definitivo gol. Seguían faltando minutos pero el partido hacía tiempo que había terminado.

5 victorias de 5 (3 de ellas fuera de casa), 16 goles a favor, 4 en contra y Diego Costa con igual número de goles que Leo Messi. Los números del Atleti son números de campeón de liga. Son números exagerados incluso para el mejor Atleti de casi cualquier época. En una liga normal, con equipos normales, reglas normales, medios normales el Atleti sería candidato a todo. Así lo contarían los notarios de la realidad y lo analizarían los sesudos analistas deportivos. En esta no. Los notarios escriben desde su finca privada, esa en la que no ven y en la ni entra ni sale nadie, y los analistas rebuznan a gritos desde la pista central del circo, ajenos a lo que pasa fuera. Hoy también. Probablemente en algún momento a lo largo del año el presupuesto y el fondo de banquillo aparezca en la clasificación y sitúe al Atleti en su posición “natural” pero hoy, que el equipo aparece liderando la clasificación y contando partidos por victorias, el Atleti tampoco merece el respeto de unos medios de comunicación sumidos en su propia podredumbre. Esa podredumbre infecta que ha convertido la información deportiva en un ejercicio chovinista y malsano de propaganda tóxica. 

¡Qué siga la fiesta!

At. Madrid 3 - FK Zenit 1

Con la cabeza fría, no soy un gran defensor del formato Champions. Lo reconozco. Una competición tramposa, hecha por y para millonarios, creada para uso y disfrute de las grandes potencias europeas. Una copa de campeones que supuestamente puede ganar alguien que no ha sido campeón de nada. Ha ocurrido algunas veces. Pero aunque generalmente tiendo a intentar ser un tipo juicioso y con la cabeza fría la realidad es que no lo soy. Y resulta que la competición, con todos sus demonios y sus miserias, me gusta. Y mucho. Y uno acaba acudiendo al campo como un niño pequeño al que por primera vez en su vida lo llevan a un parque de atracciones. Hubo un tiempo no muy lejano en el que esto no era así. Nuestra anterior andadura, sin ir más lejos, fue un despropósito. Una vergüenza. Un sentir constantemente que estábamos en una fiesta a la que no habíamos sido invitados. Por alguna razón, la eterna indirigencia del club junto a nuestro adlátere del momento en el banquillo, decidieron que jugar la máxima competición no era una cosa que fuese con nosotros. Jamás entendí, ni entenderé, por qué tanto empeño en participar en una competición que luego no se jugaba para ganar. Será cosa de gestores siniestros. Pero las cosas han cambiado con esa bendición que nos ha caído del cielo llamada Diego Pablo Simeone. No sé si ganaremos o no la Champions. No sé si pasaremos la fase de grupos o caeremos en semifinales pero tengo clarísimo que lo que no vamos a hacer, como entonces, es hacer el ridículo. No vamos a tirar una competición preciosa que juegan los mejores. El que quiera ganar tendrá que ser mejor que nosotros. 

El ambiente al comienzo del partido fue bastante más frío del que esperaba. Sonó el himno sin demasiada emoción y para cuando el árbitro pitaba el inicio todavía quedaban muchas calvas en las gradas. Después no se llenaría el estadio pero si presentaría una entrada bastante más digna. También el ambiente fue in crescendo según pasaban los minutos. Quiero destacar un detalle que muy probablemente no leerán en la prensa “seria”, entre otras cosas porque sus cronistas, presos de esa estúpida inmediatez que todo lo inunda, ven los partidos por televisión y no en el campo. Se trata de una línea de focos que adornaba la grada y que antes no estaban. Un plus de focos de intensidad significativa, que venían a sumarse a la iluminación clásica del Calderón. Se veía mejor, sin duda, lo que me hace pensar que ha sido un requisito de la UEFA, que vuelve a destacar otra de las múltiples deficiencias que tiene nuestro querido estadio. Pero vayamos al fútbol. El partido comenzó con intensidad, con presión, con velocidad, como juega el Atleti. El Zenit (lean aquí su historia), con mucho miedo desde el banquillo, había plantado una defensa de 5 sobre la que se construía un muro defensivo. El Atleti trataba de tocar y mover rápido pero era francamente difícil atravesar la espesura que había montado el equipo ruso. Los del Cholo trataban de quitar el balón arriba, como siempre, pero el Zenit no arriesgaba nada y con cada robo el Atleti se topaba siempre con cinco o seis defensas por delante a los que era muy difícil sobrepasar. En ataque estático los problemas eran todavía mayores y dejaban claro cual es el verdadero talón de Aquiles de este Atlético de Madrid. Esa calidad en segunda línea que sólo llega a través de Arda y de un Koke que cada vez es un jugador más importante (otro gran partido del canterano el de hoy). Así pasó media hora. El Atleti dominaba y llegaba pero no con claridad. Entonces apareció el laboratorio del Cholo. El balón parado que tantas alegrías nos ha dado. El enésimo remate de Miranda desde el primer palo que en diagonal cabecea a gol tras pase de Koke. 1-0. Todo pintaba bien. 

Pero era un espejismo. La Champions es una competición en la que es difícil encontrarse equipos fáciles. En España tenemos esa costumbre absurda de despreciar todo lo que desconocemos y uno escuchaba durante la semana muchas voces, supuestamente entendidas, que no daban al Zenit la importancia que merece su plantilla. Una plantilla que de medio campo para arriba no tiene nada que envidiar a la nuestra, por cierto. Uno no entendía tampoco como con ese equipo los de Spalletti habían salido tan ceñidos al cerrojazo pero lo entendí todavía menos viendo como se desenvolvía el equipo cuando si quiso el balón y jugar. El final de la primera parte aconteció básicamente en campo del Atleti y con el equipo de San Petesburgo tocando, jugando y dando muestras de lo que pueden ser. 

La segunda parte comenzó todavía peor. Los rusos con un plus de agresividad e intensidad y los madrileños, algo tremendamente raro, perdidos, blandos y descolocados. Fueron los peores minutos de un Atleti que no se encontraba y que se veía desbordado por un rival que lo hacía recular hasta posiciones muy peligrosas. Los rusos hicieron ya estirarse a Courtois en una parada prodigiosa tras cabezazo de Kerzhakov desde el área pequeña, pero poco después el portero belga ya no pudo hacer nada ante el violentísimo trallazo de Hulk. Gran jugada del Zenit que mete un balón en vertical a Hulk, el brasileño se abre camino y empotra el esférico en la escuadra. Golazo. En ese momento el drama sobrevolaba el Calderón. Y más que lo hizo cuando poco después los rusos estrellaban una falta en el larguero. El Atleti no se reconocía, se veía perdido, y el rival cada vez tenía mejores sensaciones. Pero en ese preciso momento apareció la jugada salvadora. Koke mete el balón en el área, otra vez, sendos remates que se estrellan en los defensas del Zenit (uno de ellos en el campo me pareció mano) y Arda Turan, perdón Don Arda Turan, que recoge el rechace tirándose como una alimaña a por el balón para hacer el segundo. Gol de furia y carácter. Si el turco suma esos adjetivos a su nutrido grupo de cualidades podemos hablar de un jugador estratosférico. Justo premio para un Arda que hoy volvió a ser el cerebro, el arte, el espíritu y la inspiración del Atlético de Madrid (con permiso de Koke). Un jugador que nos tiene enamorados a unos cuantos. 

Con el 2-1 fue todo más fácil. El Zenit acusó el gol y el esfuerzo, el Atleti cerro líneas y equilibró el juego y las cosas volvieron a la normalidad. Los de Spalletti con el balón pero lejos del área y los del Cholo saliendo en vertical. Leo Batipstao apareció en el campo sustituyendo a un Adrián que sin hacer un partido espectacular si que mostró síntomas de una franca mejoría. El brasileño, en prácticamente su primera jugada, consiguió llevarse el balón dentro del área para ponerla en el segundo palo lejos del guardameta. 3-1, un resultado que mataba definitivamente el partido. 

Trabajada victoria que nos hace empezar la competición de forma inmejorable y que está en la línea de seguir esa premisa que dice que ganando los partidos de casa en Champions, tienes la mitad del recorrido ganado. La roca de Simeone sigue rodando y dando alegrías. Nosotros sus fieles apenas tenemos tiempo de frotarnos los ojos para comprobar lo que estamos viendo. ahora si me siento invitado a esta celebración. ¡Qué siga la fiesta!


Stalinets de Leningrado

En pleno siglo XVII y condicionado por el estancamiento económico que sufría un imperio ruso aislado geográficamente, el joven zar, Pedro I el Grande, decidió extender sus dominios buscando una salida al mar que empujara sus aspiraciones expansionistas. Bloqueada la vía del sur, al tener enfrente un poderoso imperio otomano que lo impedía, decidió entonces unirse a daneses, noruegos, sajones, polacos, lituanos... para declarar la guerra a los suecos y buscar una salida por el Báltico. El conflicto se conoció como la Gran Guerra del Norte. Allí, en mitad de la contienda, con la intención de controlar la desembocadura del río Neva y en un entorno inhóspito dominado por las marismas, el Zar decidió en 1703 iniciar la construcción de una fortaleza (hoy conocida como de San Pedro y San Pablo), que suponía el nacimiento de la ciudad de San Petesburgo, llamada así en honor al apóstol Pedro, patrón del propio Zar. Surgía entonces “la ventana a Europa” que reclamaba un emperador obsesionado con occidente. Una ciudad que poco después sería la capital de Rusia por más de doscientos años.

Cuentas las crónicas que fue en San Petesburgo, concretamente en la isla de Vasilievsky, donde se disputó el primer partido de fútbol en Rusia. Hablamos de 1897 y del encuentro entre un equipo de ingleses en la ciudad (Ostrov) contra un combinado de ciudadanos rusos que andaban enrolados en varios clubes amateur. Ganaron los ingleses. Hay personas que sitúan los orígenes del Zenit en esos equipos que durante los apasionantes primeros años del siglo XX aparecían y desaparecían en función de la cambiante realidad política de la época aunque es un tema que no esta muy claro. En concreto sitúan el origen del Zenit en el Murzinka, un equipo fundado en 1914 que sobrevivió a la primera guerra mundial, la revolución bolchevique de 1917 y a la guerra civil Rusia y que en 1924, ya con el nuevo régimen, cambiaba su nombre, por razones políticas, al de Bolshevik (Bolchevique), al mismo tiempo que la ciudad  hacía lo propio por el de Leningrado. En algún momento de la década posterior, el equipo parece que entraría a formar parte de la Sociedad Deportiva Zenit.

Pero el origen más aceptado es sin embargo el que se sitúa en los años 20 y en la LMZ, la Planta Metalúrgica de Leningrado (Leningradsky Metallichesky Zavod). Los trabajadores de dicha factoría decidieron formar un club deportivo del que saldría en 1925 (fecha oficial del nacimiento del FK Zenit) un equipo de fútbol que hasta mediados de la década de los 30 sólo jugaría competiciones locales. A partir de 1935 el régimen soviético comienza a organizar los aspectos deportivos y de educación física a través de lo que se llamaban Sociedades Deportivas Voluntarias, al estilo de la ya existente Dinamo (en la que por ejemplo estaba el Dinamo de San Petesburgo, fundado en 1920 y rival histórico del Zenit en la ciudad). Eran entidades de carácter deportivo/administrativo que solían estar vinculadas con sectores industriales, del ejército o a divisiones del propio gobierno y que tarde o temprano aglutinaron la práctica totalidad de equipos de fútbol de la URSS. Así nacieron las conocidas Lokomotiv o  Spartak y también, en 1936, la Sociedad Deportiva Zenit, ligada a la industria militar. En ese mismo contexto aparece al club deportivo de la LMZ reinventado como Stalinets (juego de palabras entre Stalin y Metalúrgicos), que iniciará ese mismo año su andadura en el campeonato oficial del país. Primero a nivel regional, alcanzando en 1938 la máxima categoría y llegando después a la final de la copa en 1939. A finales de ese mismo año, la LMZ pasa por razones de estado a estar bajo la jurisprudencia de la industria militar y el equipo se ve obligado a integrarse dentro de la Sociedad Deportiva Zenit. Independientemente de quién fuese el primero en sembrar la semilla de lo que vendría después, la realidad es que a partir de ese momento el equipo de fútbol de Leningrado participante en la liga soviética de fútbol, con mayoría de jugadores y cuerpo técnico provenientes de los Stalinets, será el inscrito como FK Zenit, perteneciente a la Sociedad Deportiva Zenit.

La llegada de la segunda guerra mundial supone un claro punto de inflexión para una ciudad que es sitiada, bloqueada y bombardeada por los alemanes durante 29 meses. También lo es para el FK Zenit, que durante el conflicto pasa a depender de la factoría óptico-mecánica de la ciudad (la empresa LOMO) y cuyos jugadores y cuerpo técnico tienen que ser trasladados en su mayoría a Kazan. Algunos de los que se quedaron fueron al frente y otros se quedaron soportando el terrible bloqueo pero, en ambos casos, hubo varias muertes significativas. Acabado el conflicto en 1944, con sobredosis de orgullo, el equipo vuelve a su ciudad para seguir la competición “normal” y ganar, por primera vez, la copa de la URSS. Éxito que sin embargo no lograría prolongarse en el tiempo y que iniciaría un periodo de crisis económica y deportiva que lo llevaría a mantenerse a duras penas en la élite del fútbol soviético durante los siguientes años. Tal es así que en 1967 el equipo terminará último de la liga, logrando evitar el descenso solamente como premio excepcional al celebrarse ese año el 50 aniversario de la Revolución de Octubre.  El equipo continuó con la misma tónica gris durante décadas hasta los años 80, en los que aupados en los métodos del entrenador Yury Morozov y su idea de construir el equipo en base a jóvenes talentos de la ciudad, el Zenit fue capaz de escalar por fin a los primeros puestos de la liga. En 1981 consigue debutar por primera vez en Europa (en la copa de la UEFA) y 1984 ganan por primera y única vez la liga de Unión Soviética.

En 1990 el Zenit rompe su dependencia de la empresa LOMO y pasa oficialmente a ser un club independiente de fútbol, cuyo primer presidente es un conocido periodista deportivo local. Sin embargo, en contra de lo que los espíritus más románticos pudieran pensar, el efecto fue letal para una institución que, sumida en una profunda crisis, acabaría a finales de 1991 formalmente en segunda división. Irónicamente, sería de nuevo la revolución comunista la que indirectamente salvaría al equipo de dicho descenso debido a coincidir en el tiempo con el colapso del régimen y la apresurada organización de una Premier rusa que le otorgaría plaza en la máxima categoría. Aun así, al año siguiente, el equipo volvía a bajar deportivamente a  segunda división, ya de forma definitiva. Ahí  se mantuvo durante 3 años en los que se produjo una catarsis total de un club que acabaría transformándose en Sociedad Anónima con el entonces vice-alcalde de San Petesburgo como presidente. Los nuevos aires sentaron muy bien y consiguen retornar a la Premier para iniciar una nueva etapa, también en lo deportivo, en la que los jugadores no rusos comenzaron a tener un rol más importante en el equipo (algo inédito hasta entonces). Todo ello, junto a un estilo áspero (que sería santo y seña desde entonces), una férrea disciplina táctica y una defensa contundente hizo que el Zenit volviese a la parte alta de la tabla para ganar en 1999 la Copa de Rusia.

El espaldarazo definitivo llegaría en 2005 cuando la gasista rusa GAZPROM, monstruo económico de Rusia y muy ligada al propio Putin (reconocido seguidor del Zenit), compra el equipo. La llegada de dinero, junto al buen ejercicio del entrenador holandés Advocaat, hace que en 2006 ganen la Premier rusa por primera vez. Aparecen entonces los nombres de Arshavin o Zyryanov, entrando el nombre del Zenit dentro del mapa futbolístico europeo. Con el mismo esquema, aunque con jugadores y entrenadores que entran y salen, los éxitos se acumulan a partir de entonces: en 2009 consiguen UEFA y Supercopa de Europa, en 2010  la segunda Premier y la Copa de Rusia y en 2012 su tercera y última Premier hasta la fecha (la pasada temporada quedó segundo tras el CSKA).

Pero el Zenit tiene también un punto negro. El del racismo. Algo que sobrevuela actualmente por todo el fútbol de Rusia pero que se concretó en el Zenit hace unos años, cuando la imagen de unos seguidores del equipo lanzando un plátano hinchable a Roberto Carlos dio la vuelta al mundo. Significativo es sobre todo que su peña ultra más numerosa y activa (Landscrona) enviara el año pasado una carta al club “invitando” a no fichar jugadores homosexuales ni de raza negra, alegando que esto no congeniaba con la cultura e idiosincrasia del equipo. El fichaje de Bruno Alves desencadenó en este sentido un debate en las redes sociales sobre si debería o no ser considerado de "raza negra".  El club rechazó pública y formalmente la carta y tienen además una campaña institucional contra el racismo que es visible y patente pero la realidad es que el Zenit jamás ha fichado un jugador de origen africano y que es un tema del que los sucesivos entrenadores rehúsan hablar normalmente.

Flash 2013

At. Madrid 4 - Almería 2


Por circunstancias de la vida ayer no pude presenciar más que un tramo de la primera parte del partido así que no me parece de recibo escribir la crónica de algo que no he visto...

Volveré para hablar de la Champions pero antes, mañana o pasado, escribiré la historia de nuestro primer rival en Europa, el Zenit de San Petesburgo.

Saludos,

Escuela moderna de fútbol


Real Sociedad 1 - At. Madrid 2

El tradicional parón liguero de estas fechas, ese hueco que se hace para que se jueguen los partidos de selecciones, solía ser otra de esas fechas ásperas y dolientes para los colchoneros en tiempos de Aguirres, Ferrandos y Manzanos. Para entonces, con uno o dos partidos ya disputados y casi siempre alguno de ellos fuera de casa, el Atleti ya se había dejado varios puntos, había sembrado dudas, había cambiado seis veces de esquema, Heitinga volaba, Pato Sosa intentaba dar dos toques seguidos al balón y los aficionados buscábamos la piedra filosofal que explicase el galimatías rojiblanco. Suena a pesadilla, lo sé, pero no lo es. Es simplemente un mal recuerdo. Instalados como estamos hoy en esa nube construida por Simeone a base de trabajo táctico, esfuerzo físico y mucho amor propio, no nos damos cuenta de que estas cosas ocurrieron pero conviene recordarlas. El Atleti llega al citado parón liguero con 9 puntos de 9 posibles. No sólo eso, con dos de los tres partidos ganados fuera de casa. No sólo eso, con dos partidos fuera, ganados en sitios como Sevilla o San Sebastián, feudos en los que en otros tiempos no parecía raro perder puntos. La liga acaba de comenzar pero una cosa parece clara, el Atleti es un corredor de fondo que no va a parar a no ser que se le termine sin fuelle, no lo descarten si seguimos jugando con los mismos jugadores todos los partidos, o que lo derribe el contrario. A diferencia de otros años, este parón liguero molesta porque el Atleti está de dulce y apetece seguir viéndolo jugar.

Tenía ciertas dudas respecto a qué alineación podría sacar el Cholo después del exagerado desgaste del pasado miércoles pero el argentino, genio y figura, apostó por exactamente el mismo once de siempre. Y le salió bien. Tras una fulgurante salida donostiarra, que aupado en la épica de los primeros minutos consiguió mandar un balón al palo, el Atleti se hizo dueño absoluto del partido. La primera parte de los colchoneros debería grabarse en DVD y hacer dos paquetes para regalo. El primero para las escuelas modernas de fútbol (que no de fútbol moderno) porque es un perfecto ejemplo de equipo equilibrado, sobrio en la presión, infalible en la táctico pero preciso en el juego vertical y en la posesión activa del balón. El segundo montón es para ese puñado de ilustrados que piensan que el fútbol que propone Simeone es el del cerrojazo, patadón y contrataque. Lo que el Atleti ha hecho en la primera parte se parece más a esa tendencia, que se ve en europa en los últimos años, de equipo basado en el rigor defensivo pero con varios registros en función del partido. Como el Borussia del año pasado, el Bayern en algunos momentos o la selección italiana. Si esa es la idea que quiere nuestro entrenador que cuenten conmigo para defenderla. La compro. Me gusta. Eso sí, su desempeño estará siempre condicionado al tipo de jugadores que tengamos. Y nos faltan jugadores.

El dominio madrileño fue total y tuvimos ocasiones como para haber sentenciado el partido sin sufrir. Aun así, me van a perdonar, yo eché de menos a Falcao. El Guaje Villa se ha marcado un partido completo en cuanto a generosidad, pelea, continuidad, prestancia y desmarque. Pero sigo sin verlo como el delantero estrella que necesitamos. Lento, sin agilidad para el uno contra uno y fallón de cara al gol. Antes de que me digan nada, sigo teniendo paciencia pero uno cuenta lo que ve. Hasta tres ocasiones claras tuvo el asturiano. Dos muy claras con sendos remates que empaló fuerte pero que se le marcharon desviadas (una de ellas al palo) y una tercera de desmarque por la izquierda, tras buena jugada, que fue la menos clara por estar muy cerrado. Pero Villa es Villa, eso no se puede negar, y en una jugada que siguió peleando hasta el final consiguió llevarse el rechace con algo de suerte para definir de vaselina como sólo lo pueden hacer los auténticos cracks.

La segunda parte siguió por los mismo derroteros pero la Real Sociedad había aprendido la lección de la primera parte. Derrotados en el centro del campo e incapaces de crear fútbol desde atrás decidieron ser más verticales y probar con un estilo más primitivo de balones al área. Les fue algo mejor pero seguían sin inquietar a la roca madrileña. Los rojiblancos por el contrario seguían robando muy arriba y jugando al fútbol en campo contrario. En una gran jugada por la izquierda, Villa da un pase atrás para que Koke, de medio escorzo, empale el balón a puerta para hacer el segundo. 0-2. En ese momento el partido de los dos cerebros del Atleti, Arda y Koke, era para enmarcar. También sus compañeros de zaga, especialmente la dupla Godin/Miranda, que son un seguro de vida, se marcaban un partido soberbio. Me temo que lo va a tener complicado en tal Awerfifsgsg... el tal, Toby. Si es que se confirma definitivamente su fichaje.

A partir de ese momento el partido entró en una fase de fútbol control que invitaba a pensar que seguiría igual hasta el final del partido. El Atleti cedió algo de campo y de balón para comprimirse detrás y salir al contrataque con más espacio mientras seguía controlando el partido. Seguramente todo hubiese seguido igual (o incluso los de Simeone hubieran ampliado su cuenta) de no ser por un error impropio de  este Atleti contemporáneo. Una falta sin aparente peligro es sacada rápidamente por Granero pillando a los defensas colchoneros despistados y dejando a un Xabi Prieto encarando por la derecha a Courtois para empotrar el balón en la escuadra. Gol de pillo (o de tonto, según la perspectiva con la que se mire) que cambió por completo el partido. No por el juego, que no hubo, sino por la intensidad y las ganas que a partir de entonces emplearon los donostiarras que ahora sí, empezaron a poner en apuros al rival. Y pudieron haber empatado perfectamente el partido de no ser por ese portero inmenso que tenemos la suerte de tener cedido. El Bueno de Courtois se sacó dos manos a sendos remates a bocajarro de los vascos (especialmente el primero) pero son de los que no sólo ganan puntos sino de los que, como sabemos, también regalan títulos.

Tres puntos que saben a gloria y que tienen mucha mayor importancia de la que parece. Acomodándose en la parte alta de la tabla, metiendo puntos a los seguidores y ganando a equipos que supuestamente pelean por cosas parecidas. Terminado el encuentro Simeone, con rictus serio, abandonaba el campo y se dirigía al vestuario como si no hubiese pasado nada. Y es que no había pasado nada. Se había ganado un partido que es lo que hay que hacer. A pensar en el siguiente. Ese es el Cholo. Ese es el Atleti. Eso somos nosotros.