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Don Tancredo

Cuentan que durante los primeros años del siglo XX, en las plazas de toros que inevitablemente existían repartidas por la geografía patria, se asistía a una especie de sucedáneo taurino al que se denominaba “Don Tancredo” y dicen también que en honor a un aspirante a torero del mismo nombre, de escaso talento y significativa mala suerte, que al parecer fue pionero en practicar la temeraria suerte. El cruel espectáculo consistía en que un valiente esperase la enfurecida salida del toro a la plaza únicamente subido en un pedestal a modo de estatua, sin moverse un milímetro y sin más arma contra el morlaco que su inmovilidad y un ridículo traje de tonos claro que hiciese creer al toro que el improvisado obstáculo era lo suficientemente duro como para resistir la tentación de embestirlo. La peligrosidad de la empresa la hizo caladero de personajes desesperados en busca de dinero fácil u otra serie de prometidos privilegios para disfrute y regocijo de los pudientes que pagaban la entrada. Desgraciadamente las cogidas eran numerosas y los “accidentes” terribles con lo que las autoridades competentes poco a poco fueron prohibiéndolo hasta desaparecer por completo a mediados del siglo pasado. Si bien la actividad desapareció sin dejar rastro, Don Tancredos de varios tipos se han mantenido hasta nuestros días.

Desconozco las aficiones taurinas de ese presunto veterinario desubicado que es el misterioso tipo que ostenta el poder en el Atlético de Madrid pero es evidente que el concepto de Don Tancredo lo tiene bien asimilado y llevado a la práctica desde el mismo momento en que su figura se quedó como responsable del trocito de esa herencia paterna de dudosa potestad que le quedó en suerte. La entrada de este oscuro personaje en la disciplina rojiblanca coincide con el inicio de los napoleónicos sueños de grandeza de su mediático padre para con el mundo de la política que sin dejar de aparecer ante la opinión pública como el genuino mandamás que siempre fue, tomó entonces la decisión de dedicar su tiempo a su gran sueño de la política (el Atleti siempre fue una rampa de lanzamiento únicamente) delegando las tareas diarias de dirección a uno de sus ociosos hijos, un veterinario en paro que no heredó de su padre precisamente las dotes de carisma ni de comunicación y que actuará desde entonces a la sombra. Este momento supone el espaldarazo definitivo en la carrera descendente del Club Atlético de Madrid. A pesar de los numerosos errores y desmanes acontecidos, el verdadero nuevo jefe de la nave hace desde entonces su trabajo en el ostracismo más oscuro gracias a una especie de misterioso arte sibilino con el que consigue siempre mantenerse al margen de la actividad pública, protegido entonces por la omnipresente y expansiva figura paterna.

El fallecimiento repentino de Jesús Gil deja aparentemente una situación de indefensión en la dirección del club que en realidad no lo es tanto puesto que la estructura directiva se mantiene inalterable antes y después del trágico suceso sin ningún cambio significativo pero eso si, a falta de dilucidar quién tendrá que coger muleta y espada a partir de ese momento para salir a torear con prensa y afición. Miguel Angel Gil Marín, autor y responsable del decadente bodegón que es el Atlético de Madrid de la última década, sopesa la ruinosa situación del club post-infierno, el cerco judicial cada vez más rígido contra sus tradicionales y “originales” interés o el verdadero objetivo que tiene en mente y lo compara con su enfermizo carisma o su desasosegada capacidad de comunicación asimilando rápidamente que tiene un problema. Tantos años metido en la ruleta del circo lo hacen sabedor de que el morlaco de la prensa puede contenerse a base de favores, amigos, cuñas publicitarias, promesas y demás artes que no se estudian precisamente en las facultades de ciencias económicas, pero gracias a su experiencia también es conocedor de que en esto del fútbol la mujer del Cesar más que ser honrada fundamentalmente tiene que parecerlo y es ahí donde intuyo que recurrió a la enciclopedia taurina.

Así es como aparece nuestro particular y principal Don Tancredo, el señor Enrique Cerezo. Un tipo sin dotes de tauromaquia que ajeno a la verdadera faena, a la cual está vinculado únicamente entiendo (porque así lo ha dicho él) por el beneficio personal que pueda sacar de su valentía, aparece en mitad de la plaza mediática vestido con las ropas circenses que suponen su homogénea verborrea y que tiene la santa virtud de permanecer inmóvil en su vetusto pedestal frente a los timoratos envites de un animal de cuernos recortados. Escuchando al presidente explicar con torpe chulería los desmanes del pasado, los errores en la dirección técnica, la menguante economía colchonera, las derrotas dolorosas o la falta de futuro siempre con la misma frase inconexa y mal construida uno llega a pensar que quizás se ha subestimado el criticado talento del maestro en la sombra, el herededo Gil. El morlaco de la prensa sale a la plaza dopado y con la cornamenta rebajada para dar vueltas sin tocar a nuestro estirado Don Tancredo mientras el respetable chilla o aplaude en la grada iniciando encendidos debates en torno a la circense figura pero olvidándose en el camino de los animales adulterados, de la plaza y hasta de la verdadera faena.

Pero Don Tancredo no se cae. De hecho ni se mancha de polvo. Sale noche tras noche al ruedo volviendo poco después a sus quehaceres cotidianos para regocijo de quien le paga, un señor que vive tranquilo y aparentemente ajeno al mundanal ruido. Mientras la tierra gira el Don Tancredo cobra, el mandamás vive, el morlaco come y el respetable paga y ríe. ¿Quién se atreve a matar a la gallina de los huevos de oro?

1 comment

Anónimo 19 oct 2009, 15:57:00

Aunque visito con frecuencia tu blog (por desgracia sólo en las derrotas, con lo cual este año soy asiduo, si bien no por masoquismo sino por compartir sentimientos) no había leido hasta hoy este post de Don Tancredo...muy fino y acertado, como de costumbre...
El verdadero problema no está en los Prodan, Magüi, Richard Nuñez, Javi Moreno o Reyes...ni siquiera en los Abeles o Aguirres de turno(aunq contribuyan lo suyo)sino más arriba y hasta q no nos convenzamos de ello y mientras sigamos llenando el Calderón (y yo el 1º, conste) el tema no podrá sino empeorar...en fin, a ver si con la excusa de La Peineta consigo no renovar mi abono, qmanda huevos la reflexión...